Alejandra Salgado

¡La música nos ayuda a aprender!

Pienso que la música es un instrumento muy bueno a la hora de practicar una lengua... les propongo algunas canciones para los màs chiquitos, para que puedan escuchar y también divertirse...

La gallina turuleca

Hola Don Pepito, hola Don José

venerdì 6 luglio 2007

Salgari (traducción)

Comandante, -respondió Cabeza de Piedra- hablo hasta por los codos para distraerlo. Está de mal humor esta noche, pero debería estar contento ahora que llegamos a la plaza. Aquí no hay tormenta.
Puede que tengas razón- respondió el Corsario con una sonrisa pálida.
Tomó el vaso que tenía enfrente y lo bebió de un tirón.
¿De verdad lo encerraron setenta año atrás?- preguntó Cabeza de Piedra; pero sir William respondió encogiendose de hombros.
¡Al ataque! nosotros también, Pequeño Flocco.
Siempre, señor, respondió el joven marinero.
Y bebieron avidamente el licor, sin siquiera saborearlo.
¿Qué te parece hijo mío?- preguntó el bretón.
No sé.
Mi pipa es más fuerte.
Te reto, en un par de siglos almenos la han fumado tres o cuatro hombres
No estoy seguro que sean verdaderamente dos siglos, -respondio Cabeza de Piedra- pero muchos años han pasado a través de esta pipa. El turco que la fabricó debió ser un verdadero artista y también…
Un movimiento bruzco del Corsario interrumpió la frase. Sir William se había levantado y miraba fijo al tavernero, el cual se había parado cerca de la mesa, como si estuviera esperando una opinón sobre la botella.
¿Hace cuánto estás en Boston?- le preguntó.
Aquí nací, vuestra merced.
Entonces, estabas aqui cuando los americanos asediaron la plaza.
Sí, señor.
Entonces conocerás a todos los comandantes de la armada.
Por su puesto, señor.
¿Al marqués de Halifax también?
He tenido el gran honor de llevarle mis últimas botellas de Bordeaux y de champán.
¡Ah! Dónde vive?
En el castillo de Oxford. Me sorprende como vuestra merced no lo sepa- dijo el tavernero.
Estamos aquí desde ayer, solamente, y de ninguna manera conocemos la ciudad.
¿Vive en el castillo de Oxford?- exclamó Cabeza de Piedra. –Sé donde está, y los podría llevar con los ojos cerrados, comandante. Es el mejor lugar fortificado de la plaza: ¿no es verdad, Don Taberna?
El posadero hizo una gesto afirmativo con la cabeza.
Siéntate- dijo el Corsario.
El tavernero obedeció, pero teniendo la banqueta a un par de metros de la mesa.
¿Has visto alguna vez, en el castillo, a una niña rubia?
Le lleve dos botellas de vino del Reno, mi señor. Eran las últimas que tenía en la bodega; dos botellas que le habran dado mucha honra al albergue de los treinta cuernos de bisonte.
¡Bum!- exclamó Cabeza de Piedra.- Seguramente tenían escorpiones dentro!
Ah, no señor,- respondió el tavernero.- ¡No podrian conservarse!
Por casualidad, ¿no tendrías todavía una botella?
Creo que sí.
Tráela enseguida: pero te advierto que si encuentro un escorpión, palabra de marinero, quemarée tu barraca. Comandante, deje que su viejo lobo de mar lo invite. Hombres que han escapado milagrosamente de la muerte tienen derecho a tomar más que de vaso grande, y del refinado.
Haz lo que quieras- respondió sonriendo el Corsario. – Eres el mas loco de mis marineros.
Cuando lo dice, le creo – respondió gravemente el bretón– y apenas termine la campaña, iré a encerrarme en un manicomio.
10
EL CASTILLO
DE OXFORD
El tavernero acudió corriendo a la tenebrosa bodega, y poco después volvió mostrando una tercer botella cubierta de incrustaciones.
¡Vino de Reno! – exclamó- ¡Es la última!
¡Esto es tener suerte! – dijo Cabeza de Piedra. – Justo la última tenía que terminar dentro de nuestras barrigas. ¿ Qué opinas Pequeño Flocco?
Estoy asombrado- respondió el joven marinero.
Descorcha y cambia vaso- ordenó lobo de mar.
Don Taberna (debemos llamarlo asíi) estaba listo para obedecer, y un chorro alegremente saltó gorgoteando en el aire.
¡Alcaparras! ¡Espuma! – Exclamó el marinero.
Lo probó avidamente y enseguida golpeó la mesa con un puño tan formidable, que por poco no hizo volar en el aire la botella de ginebra que todavía no estaba vacía.
¡Hey!, ¿ te vuelves loco verdaderamente? – preguntó el Corsario.
¡Rayos y sentellas! Espera un momento, Pequeño Flocco, prueba.
¿éste también está lleno de escorpiones?- preguntó el marinero.
Te digo que pruebes.
El gabbiere bebió y despuées se echó a reir clamorosamente.
éste es el vino que en mis pagos no vale un duro al litro, hecho con las fantasticas manzanas de Normandia.
Capitán, dé vuestra opinión.
Es sidra, bretón – respondió sir William.
¡Por las barbas de Merlín!- gritó Cabeza de Piedra, clavando su mirada amenazante en los grandes ojos del Tavernero.
¿Qué he hecho mi señor? ¿Que ha sucedido? - preguntó el desgraciado.
¿A quién le compraste este vino?
No lo sé… lo ha comprado mi padre.
le han estafado indignamente. Tu famoso vino de Reno es nada más y nada menos que jugo de manzanas francesas, que en Gran Bretaña, la botella, cuesta poquísimo
Seguro poquísimo.
¿Es posible?
Te lo digo yo.
¿Entonces?
Tu padre era un burro, tan grande como el peñazco del león de las Bermudas- dijo Cabeza de Piedra.
Estaba siempre borracho – respondió claramente el tavernero, con un largo suspiro.
¡Hey!, ¡tu padre no había nacido para ser un buen tavernero!
Pero sí un buen bebedor – dijo Pequeño Flocco.
Dió el ejemplo, hijo mio. ¡Venga!, no probaré nunca el vino de Reno: bebamos ésta sidra, que después de todo no está nada mal, y hagamos de cuenta que estamos en Batz. Pero, Don Taberna, no te pagaré esta botella más de cinco monedas, y está bien pagada. Si tu padre fue estafado, no queremos serlo nosotros también.
Es justo, señores mios.
Eres un hombre honesto, - dijo lobo de mar- y amo a los honestos; por eso volveremos a visitar tu taverna.
Será un gran honor.
¿Tienes un cuarto disponible? – preguntó en ese instante el Corsario.
Sí, mi señor.
Con dos camas.
Dos, sí.
¿ A salvo de las bombas americanas? – preguntó Cabeza de Piedra.
Hasta ahora no han caido sobre mi posada.
Sir William se había levantado y había tirado sobre la mesa una flamante esterlina, diciendo:
No es necesario que nos de la vuelta. Tendras el cuarto para nosotros.
El posadero hizo un gesto de sorpresa y de alegria.
¿ Le gustan las esterlinas a Don Taberna, eh? – dijo ironicamente el bretón. – Ahórrate tus reverencias y tus agradecimintos. Nos volveremos a ver más pronto de lo que crees, pero recuerda mirar primero dentro de tus botellas, para que no tengan escorpiones.
Sir William ya estaba en la puerta.
Velozmente escapaban las tinieblas, y una luz rosada se difundía por el cielo. El bombardeo continuaba ferviente, y se podían distinguir, entre tantos estallidos, los formidables golpes de los cuatro grandes mortales de la corbeta.
Dirígeme al castillo – dijo el Corsario a Cabeza de Piedra.
Siempre a vuestras ordenes, mi comandante.
Se pusieron en camino sin prestar atención a los pedazos de bombas que, de vez en cuando, caían desde los techos.
Diez minutos después, aparecían en una amplia calle obstaculizada por soldados y por carros de combate cargados de municiones, que llevaban a las baterias de los baluartes. Ninguno les había prestado atención, dado que en esos días los oficiales de la marina y los marineros polulaban en Bóston, pudiendo acceder todavía desde la bahía, si no desde tierra.

Cabeza de Piedra se orientó rápidamente, volvió a encender su pipa y, mirando al cielo, siguió su camino.
¿Que buscas en el cielo? – le preguntó Pequeño Flocco que caminaba a su lado.
La torre del castillo.
Ah, ¿tiene una torre?
En pésimo estado; tanto que los Ingleses no han osado colocar detrás de los muros ni siquiera un proyéctil de calibro medio; en efecto en esa dirección no hubo ningún disparo.
Recorrieron muchas otras calles y finalmente se encontraron junto a los baluartes septentrionales, donde se levantaba una costrucción más bien informe, que tenía un poco del castillo y un poco de la fortaleza, y que se apoyaba de un lado en una torre pentagonal alta unos veinte metros, y toda perforada.
Aquí está el castillo de Oxford! – dijo deteniéndose Cabeza de Piedra. – ¿Tenemos que atacarlo enseguida, mi comandante?

El Corsario se había puesto a observar el castillo caminando a los pies de la torre, como si hubiera intuido que Mary de Wentwort se encontraba prisionera alla arriba.
Cabeza de Piedra, - dijo de repente- deberías ofrecerle una copa a un soldado del castillo …
¿Con Don Taberna? Enseguida mi comandante,- respondió el bretón. La gente de tierra con la de mar siempre se lleva bien, sobre todo si paga la gente de mar.
Entonces consigue a uno y llévalo de DonTaberna.
¿A desallunar?
Si quieres también a almorzar dos veces: toma cuatro esterlinas.
No se preocupe, mi comamdante, tengo lo que necesito.
Toma el dinero y cierra el pico.
Si esto es una orden, obedezco- respondió el bretón mientras estiraba una mano.

-¡Invitar a un soldado! Gran cosa para un marinero, que siempre está ¡listo a sarpar! Se lanzan los anzuelos, se coje solo en un momento, y se tira con mucha fuerza. Deje todo en mis manos, sir William. Tú, Pequeño Flocco, da la vuelta, y ven a buscarme más tarde con la ayuda del viento.
Entendido – respondió el joven marinero.
Prepárate para ordenar un buen desalluno de aquel imbécil que tiene los ojos como los de un buey.
Entendido, comandante.
¿Cómo?, comandante.
¡Por las barbas de Melín! Mánde como un almirante.
Es lo mismo. Vallamos a la pesca. El anzuelo será muy dulce.
Con botellas y un desalluno en la punta- dijo Pequeño Flocco.
Que tu también tomarás, canalla.
Por su puesto.
Cabeza de Piedra volvió a preparar su venerable pipa, metió sus manos en los bolsillos, y se fue a dar una vuelta delante al puente levadizo del castillo, mientras sir William y Pequeño Flocco merodeaban los alrededores de la torre.
391.Justo en ese momento, un cabo de 5 Regimiento estaba cruzando el pente, llevando un saco pequeño de tela.

392.Cabeza de Piedra, que fingía que mirar hacia arriba, lo chocó de tal manera, que lo empujó contra el parapeto.
¡Herr gott!- exclamó el alemán.
¿Qué?- preguntó Cabeza de Piedra, tirándole a la cara una bocada de humo.
¿Se ha emborrachado?
¿ Emborracha la marina? ah, sí señor, un marinero vacía una bodega de un barco que se encuentre lleno de ginebra, y allí no termina.
El cabo lo miró con un cierto asombro.
¿ Quiere que se lo demuestre?- preguntó el bretón. – Seré yo el que pague la cuenta.
¡ Herr gott! ¿Quiere pagar?
La marina siempre fue más rica respecto a los soldados de tierra.
Tú, camarada, ¿invitar a peber a mí?
Sí, camarada.
Pero tú no ser alemán.
Soy un pariente cercano de los Alemanes, por lo tanto, puedo concederme el lujo de invitarte un trago. ¿No es verdad, mi buen hermano?
Ja, ja: puen hermano. ¿Dónde llevarme?
¿Cómo? No conóces a Don Taberna, ¿ése que tiene un letrero con treinta cuernos?

¿Treinta cuernos?…
De bisonte.
Ah, ja,ja… ¡Cuernos!
Venga, camarada.
Cabeza de Piedra le tiró nuevamente en el rostro una bocanada de humo que no le movió ni un pelo al alemán; lo tomó del brazo diciendo:
Pueden caer las bombas de esos americanos bribones; ¡los reto a que arruinen nuestras botellas! ¿No es cierto, camarada?
¡Ja, ja!
Muy bien: ¿qué llevas en ese saco?
Pelas.
¿Para llevar a alguna reunión?
El alemán lo miró con asombro.
¿A las artillerías?- Agregó Cabeza de Piedra.
No, a las cocinas.
¿Para que hagan luz?
No; para la sopa. Ponerlas dentro, se derriten y el caldo queda piquísimo.
Riquísimo, quieres decir, ¡rayos! Sopa con caldo de velas…
Debe ser exqusita.
¿Nunca la has probado?, hermano.
Nunca – respondió el bretón seriamente. – A vordo de nuestras naves, cuando falta la carne, tiramos merluza y ratones dentro de las ollas; y ¿qué tipo de caldo hacen?, hermano… ¿Cómo te llamas?
Hulrik.
Muy bien, camarada.
¿Tu querer probar mis velas, hermano? Yo regalar a ti media docena.
¡No gracias!, tenemos a bordo muchos ratones para mejorar nuestro caldo.
Marineros siempre alegres. Puenos hermanos.
Padre, - dijo es bretón. – soy tan viejo que podría ser tu padre.
A simple vista, no puedes tener más de veinticuatro años.
Veinticinco.
Yo tengo casi cincuenta, por lo tanto, puedo llamarte hijo.
Ja, ja. Yo tu puon hijo.
¿Te gustan las salchicas ahumadas?
Piquísimas con perveza.
Nada de perveza- dijo Cabeza de Piedra. – Tomaremos un buen vino escorpionado.
¿Escorpionado? ¿Cosa ser?
Una especialidad de Don Taberna.
Muy Pien.
Vamos, hijo.
¿Y tu pacar?
Yo pagar todo.
¿Por qué yo no recibir todaví paca?
Dios mio, ¡como habláis mal! Me parece que estoy escuchando ranas en celo.
El soldado se echó a reir.
Mi padre alegre siempre.
Siempre – respondió el bretón. – Apurémonos, y no pienses en tus velas. Tus camaradas podrán por un día estar sin ellas; ademá, hace mal engordar mucho.
Ja, ja, puen padre.

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